Presente lo tengo

Los sueños, sueños no son

Los sueños, sueños no son
Periodismo
Julio 10, 2020 17:46 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

Ayer, enclaustrado todavía, vi por la noche con mi esposa una película viejita: ’El hipnotizador’. El film nos hizo recordar a algunos hipnotizadores que hace muchos años vinieron a Saltillo, cuando eso del hipnotismo aún era novedad.

El más antiguo que recuerdo fue un tal Fassman. Se hacía llamar ’El Hombre Demonio’ Salía a escena todo de negro hasta los pies vestido, con una capa de seda roja en forma de alas de murciélago que ciertamente le daba traza demoníaca. Decía que no era hipnotizador. Eso del hipnotismo lo dejaba para los charlatanes. Él era ’mesmerizador’; seguía las enseñanzas de su maestro Mesmer, cuyo nombre decía con la unción con que un creyente pronuncia el santo nombre del Señor.

Ahora sé que ese Mesmer -Friedrich Anton- fue un médico vienés. Amigo de músicos, trató de cerca a Gluck, y en su casa se estrenó la ópera ’Bastián y Bastiana’, de Mozart. Mesmer enseñaba que todas las cosas del universo están sujetas a un orden derivado de la atracción que los astros ejercen unos sobre otros. Llamó a esa fuerza ’magnetismo’, y estudió los efectos que tiene en los humanos. Sus colegas médicos lo expulsaron de Viena, y fue a dar a París. Ahí presentó sus experimentos ante una especie de jurado cuyos miembros lo descalificaron y dieron a entender que el hombre estaba loco. De ese sínodo formaban parte Lavoisier, Benjamin Franklin y el doctor Joseph Guillotin, inventor del instrumento de muerte que llevó su nombre.

Cuando Fassman se presentó en el Cine Royal hipnotizó -perdón: mesmerizó- a un individuo al que hizo llorar con llanto de bebé. Un tipo del público gritó: ’¡Es palero!’. El Hombre Demonio fijó en él la mirada, y luego le ordenó que subiera al escenario. El hombre obedeció con pasos de sonámbulo. Fassman le dijo que el bebé estaba llorando porque tenía hambre, y que él era su mamá. Entonces el tipo se desabrochó la camisa, se sacó un pecho y empezó a amamantar al hijo que nada más él veía.

Otro hipnotizador que nos visitó fue el Profesor Alba. Éste actuó en el Cine Saltillo, antes llamado Teatro Obrero. Hipnotizó a tres señores del público, entre ellos un médico muy conocido. Les dijo que estaban en una cantina, y les preguntó: ’¿Qué quieren?’. Contestó el primero: ’Un whisky’. Pidió el segundo: ’Una cerveza’. ’¿Y usted? -le preguntó el hipnotizador al tercero-. ¿Qué quiere?’. Como entre sueños respondió el doctor: ’Quiero ser Presidente Municipal’.

Tiempo después, cuando era yo director del Ateneo Fuente glorioso, pensé que un hipnotizador que por esos días vino a Saltillo, Taurus do Brasil, podía enseñarles algo a los muchachos acerca de las infinitas posibilidades de la mente. Le pedí que diera en el Paraninfo una demostración. A la función asistieron alumnos y maestros, entre ellos una profesora ya de cierta edad. Señorita de las de antes, parecía monja por los severos vestidos que acostumbraba usar. Hablaba siempre en voz baja, y con los ojos puestos en el suelo. Era la imagen viva de la modestia, el recato y la virtud.

No tardó en caer la señorita bajo el influjo hipnótico de Taurus. La hizo subir al foro con un pequeño grupo de muchachas y muchachos. Les dijo que se hallaban en una fiesta, y que todos estaban bebiendo cubas libres. ’¿Cómo se sienten?’ -les preguntó. Dijo una muchachita: ’Estoy muy contenta’. Dijo un muchacho: ’Me siento feliz’. Y dijo la virtuosa maestra: ’¡Yo ya ando bien peda!’.

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