Ennio Morricone: cuando el maestro visitó MéxicoMúsica


*En 2008 el compositor estuvo en el Auditorio Nacional al frente de la Roma Sinfonietta; en su honor, recuperamos la crónica de un concierto fuera de serie.

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Julio 06, 2020 17:21 hrs.
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Xavier Quirarte › guerrerohabla.com

Ciudad de México. 06 julio 2020.-Compositores de música para cine hay muchos, pero Ennio Morricone sólo uno. Curiosamente no colocaba a la música y el cine al mismo nivel. Lo dijo con toda claridad en su visita a México: ’Mi pasión por la música es absoluta, el cine llegó después’. Su anhelo, aseguró, era ser un compositor de lo que él llama música absoluta, es decir la que no depende de otras artes, pero que el destino —bendito destino— lo llevó por el terreno de la música del cine.

En 2008, tuvimos la fortuna de escuchar a Ennio Morricone en el Auditorio Nacional al frente de la Roma Sinfonietta. En honor al maestro, quien murió este lunes a los 91 años, recuperamos la crónica de un concierto fuera de serie.

La expectativa de ver a Morricone en el Auditorio Nacional en su primera visita a México —el 27 de mayo de 2008— era tan grande que los boletos para su concierto Musica Per Il Cinema se agotaron. Los revendedores lucían felices de poder ofrecer su mercancía sin ningún rubor, mientras los potenciales compradores analizaban las posibilidades de dejarse robar o quedarse con las ganas de escuchar el concierto.

Nada mal para un músico que no había ganado ningún Oscar por la música de una película, salvo el que se le otorgó por sus aportaciones en forma global. Ni falta que hace, pues mientras muchos de los ganadores de estos premios generalmente se van desvaneciendo hasta desaparecer de la memoria, las cintas para las que Morricone escribió la música que han sido nominadas se pueden ver, una y otra vez, en cineclubes, videoclubes y hasta en la industria pirata (que debe de tener entre sus best sellers a Cinema Paradiso y La misión).

Antes del concierto uno se distrae pensando en el rumbo que puede consolidar o torcer una amistad, como ocurre en Érase una vez en América, rubricada por la flauta de pan que le otorga un tono agridulce a la atmósfera. También se viene a la mente el silbido del tema principal de El bueno, el malo y el feo que surgió de un spaghetti western para instalarse en la memoria colectiva. Y qué mejor recurso que introducir una armónica lánguida en una estación de trenes situada en pleno desierto para acentuar la atención en apertura de Érase una vez en el Oeste.

La música engrandece esos filmes y los filmes engrandecen esta música. Son resultado de una contribución, no de una relación jerárquica, pues como dijo el propio compositor: ’Tiene que ser una cuestión de confianza mutua, así es más fácil encontrar una conexión. Si el director confía en el compositor, entonces encuentran más fácilmente estos puntos de unión’.

Pero ese día no hubo imágenes ni directores de cine cerca del compositor erigido en conductor; habló la música de cine convertida en música absoluta. Claro, la mente es traicionera, y uno recordaba a Robert de Niro por aquí, a Philippe Noiret por allá o a Claudia Cardinale más allá. Pero no había películas, sólo la música que emergía de la batuta rigurosa de Morricone, el compositor de gesto duro capaz de ablandar los corazones más reacios.

Ordenado en segmentos, el concierto permitió un atisbo muy apretado, pero muy representativo, de su obra. De manera impecable, e implacable, el concierto inició a tambor batiente con el tema de Los intocables y el apartado que incluyó música de Érase una vez en América y La leyenda de 1900.

Con un manejo absoluto de la nitidez, Morricone y la Roma Sinfonietta, más el Coro de México acariciaron la sensibilidad de los escuchas con la música de películas como El clan de los sicilianos y Supongamos que una noche. Hubo un tributo al spaghetti western a través de sus cintas más representativas, un espacio para el cine épico con temas de Ricardo III y La misión, así como una selección de cine social, tal vez el menos conocido, con La batalla de Argel, Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha y La clase obrera va al paraíso. Al final, uno piensa que los seguidores de Morricone también van al paraíso.

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